Hay consignas del cielo que
alumbran banquetes miserables de desprecios vacíos y oscuros como ciertos rincones
olvidados por el mundo, soledades extremas que confabulan actos infantiles como asustados infantes del
abandono mundial y del que se presenta con cruces de sangre.
Buscando postes urbanos en la
mitad de la nada solo encontré tu nombre palpando en mi trágico camino
alumbrado por la oscuridad más vacía de lo irreal de tus manos ausentes,
silenciadas por actos sin respuestas en tu mundo claro y preciso como tautologías
ajenas al mío.
Me asustan estos pájaros que
danzan junto a la posibilidad infinita del vacío absoluto que descubro cuando el mundo calla un
instante y despeja la fantasía caprichosa
del engaño soñoliento y abrumado por gritos que jamás existieron, aquellos que
retumban en las ansias de la no existencia maldita y maldecida millones de
litros antes que tus ojos.
Tengo cansado mi cuerpo de tanto
correr sin lugar de destino, me tiritan las piernas y el alma cuando me estiro
en lugares que no reconozco, solitario y confuso por la presencia poética de la
existencia aun no comprendida en un mundo que aún no encanta a esta alma que
deambula entre personajes y máscaras cansadas de no pertenecer a ningún sitio más
que a ciertos labios.
Buscando estoy la sombra que abrigué
mis deseos de evaporarme, abrazando noches
para extraerles la condición maldita del sin rumbo, aquel abrazo que
despeje la tormenta rabiosa del extraviado.
Hay un reloj colgando de mi
tiempo