Existen algunas noches tiritando de mis ojos que están cargados
de un grito de auxilio naufrago, como alma perdida en el océano de lágrimas ancestrales
tales monumentos a las lágrimas
esparcidas por el mundo que descuartizo en cada secreta noche capaz de
aterrizar en zonas abrumadas por tantas llaves perdidas y puertas sin finales,
escondiendo lunares en cercanías de labios que no reconozco
si no como lunas en medio del sur del mundo y sus confines mágicos con
personajes mitológicos escondidos a bajos de árboles y lejos de los postes que
nos deshumanizan como cortes cargados de hambrunas de consuelos,
galácticos seres y personajes que habitan ciudades
imaginarias dentro de la cabeza abstracta del ser que escupió su camino y descubrió
lo errado en su andar profético y patético como
fantasma angustiado en medio de su destino,
aquél que la luz no guío y hoy deambula entre la existencia
y su desaparición frustrada.
Un tiempo cargado con bombas dispuestas al bombardeo
autografiado con siluetas ausentes como ciertas almas cansadas de desaparecer
entre mis estrellas preciadas y paisajes amados como si dependiera de la rutina
su descubrimiento. Mascaras secretas descubren nuevamente mi rostro enmascarado
de licores arrepentidos y tiritando de insomnios cuando la luna cuelga de mi
incierto futuro como estrellas que se despliegan del cielo que observo en mis
tiempos de vida.
Poseo un reloj colgando de mi vida que juega con su curda
que giro en cada mañana que maldigo mi furioso paisaje urbanizado por sistemas
que reconozco lejanos como mi profesión superflua
de espantapájaros de edades envidiables.
Mi reloj de la vida, cuerda necesita…
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