11 de junio de 2013

El reloj de la vida.



Existen algunas noches tiritando de mis ojos que están cargados de un grito de auxilio naufrago, como alma perdida en el océano de lágrimas ancestrales tales  monumentos a las lágrimas esparcidas por el mundo que descuartizo en cada secreta noche capaz de aterrizar en zonas abrumadas por tantas llaves perdidas y puertas sin finales,
escondiendo lunares en cercanías de labios que no reconozco si no como lunas en medio del sur del mundo y sus confines mágicos con personajes mitológicos escondidos a bajos de árboles y lejos de los postes que nos deshumanizan como cortes cargados de hambrunas de consuelos,
galácticos seres y personajes que habitan ciudades imaginarias dentro de la cabeza abstracta del ser que escupió su camino y descubrió lo errado en su andar profético y patético como  fantasma angustiado en medio de su destino,
aquél que la luz no guío y hoy deambula entre la existencia y su desaparición frustrada.

Un tiempo cargado con bombas dispuestas al bombardeo autografiado con siluetas ausentes como ciertas almas cansadas de desaparecer entre mis estrellas preciadas y paisajes amados como si dependiera de la rutina su descubrimiento. Mascaras secretas descubren nuevamente mi rostro enmascarado de licores arrepentidos y tiritando de insomnios cuando la luna cuelga de mi incierto futuro como estrellas que se despliegan del cielo que observo en mis tiempos de vida.

Poseo un reloj colgando de mi vida que juega con su curda que giro en cada mañana que maldigo mi furioso paisaje urbanizado por sistemas que reconozco lejanos  como mi profesión superflua de espantapájaros de edades  envidiables.


Mi reloj de la vida, cuerda necesita…  

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